martes, febrero 12, 2008

Costumbres argentinas: El secretario

Unzueta es un productor chico. Tiene un molino harinero, familia, deudas, empleados, y el Gobierno le debe setenta lucas.
Setenta mil pesos para él es una buena plata. Le hace falta. Es chico. Hace rato el Gobierno se los debe.
Después de terminar, en varios meses, todo el papelerío que le pedían, y presentarlo, Unzueta espera que le digan cuándo le iban a pagar su plata.
Como pasaron varios meses y no le pagan ni le dicen nada, Unzueta toca a un amigo que le consigue una audiencia con un hombre importante a nivel nacional.
A Unzueta, productor chico pero adulto grande, el hombre importante no lo atiende en Buenos Aires. No está. Lo atiende el secretario.
Camisa rosa el secretario, gemelos de oro, anillo medallón dorado. Bronceado el secretario.

-¿Qué querés pibe?, le pregunta al llegar el secretario, unos diez años menor que él, calcula Unzueta. Pibe.
-Quiero ver cuándo voy a cobrar una deuda.
-¿Y es grande la deuda, che?
-No. Poco. Setenta mil pesos.
-Ah, bueno, setenta mil pesos. Pero... ¿vos presentaste todo? ¿Tenés todo bien?
-Sí. Yo presenté todo hace rato. Tengo todo bien.
-A ver, vamos a ver en la computadora-, dice el secretario, y se sienta a la computadora, y se fija- Sí, pibe, acá dice que tenés todo bien.
-...
-Vamos a hacer una cosa, haceme un cheque de quince mil pesos y lo tenés.
-¿Dentro de cuánto lo tengo?
-Y... una semana.

Unzueta saca la chequera y le hace un cheque a quince días, no vaya ser cosa que lo cobre antes de que el Estado le pague lo que le debe.
Hace un par de años, el secretario era chofer del que ahora es hombre importante.
A Unzueta la deuda le queda en cincuenta y cinco. Se va conforme de cobrar.

lunes, febrero 11, 2008

El Kinky

"Un festival... Mil historias... Tuviste la tuya", rezaba el titular de un suplemento publicitario pagado por los patrocinadores del Cosquín Rock 2008 el lunes 11 de febrero en el diario La Voz del Interior de Córdoba. La Posta va a contar su historia.
Después de unas dos horas de viaje, parados en el pasillo del colectivo, con la demora causada por el embotellamiento de vehículos en las inmediaciones de la Comuna de San Roque, en donde se llevó a cabo el festival, caminamos, con mi amigo Damián, un par de kilómetros hasta la entrada del mismo. El paseo estuvo amenizado con un par de minis de ferné con coca.
A la entrada, los policías cordobeses mostraban su hombría mirando con cara de pocos amigos a todo aquél que no vistiera de uniforme; vimos a varios ensañarse con un joven de pelo verde que había hecho lo mismo que habíamos hecho muchos que no llevábamos el pelo verde: mear contra el alambrado campestre.
Una vez adentro, después de los cacheos policiales correspondientes y de atravesar la multitud, cometimos la estupidez de irnos adelante de todo, a la zona del pogo, y allí un guaso comenzó a apoyarse en mí con cara de reventado. Quienes lean esto se podrán ir imaginando cómo sigue la historia: después de que el tipo se pasara unos cinco minutos apoyándose en mí se pasó a apoyar en mi amigo Damián; yo le dije que menos mal que el tipo se le estaba apoyando a él y ya había dejado de apoyarse en mí. Todo eso en medio de un bardo descomunal, gritos, cantos absurdos, empujones, sudor, barro, música, ruido, cansancio, alcohol en el aire, drogas en los organismos, y un largo etcétera.
Antes de la entrada de Intoxicados, la única banda que nos interesaba ver en vivo, en los dos últimos temas de la banda que tocaba antes, Las Pelotas, veo a uno que saca su celular para tomar unas fotos al escenario, a escasos dos metros nuestros, y estimé que no había peligro de que te robaran violentamente el móvil, por lo que me dispuse a sacar el mío para descubrir que ya no había teléfono que sacar del bolsillo delantero de mis bermudas, anchas pero con bolsillos profundos y protegidos con botones que habían sido prolijamente desprendidos, seguramente, por el individuo apoyador que, en medio del agite, se las ingenió para birlarme el aparato sin que me diera cuenta. Al percatarme de la desaparición de mi celular, se lo comento a mi amigo Damián, quien inmediatamente se toca el bolsillo delantero, abre los ojos grandes y dice: "A mí también". Estaba claro que había sido el hijo de puta apoyador quien nos había robado, pero en ese momento nuestra cabeza, en medio del ruido y la agitación, estaba lejos de tener claridad. Vi que Damián empezaba a gritar en vano, algo ridículamente, hacia la multitud enfervorecida, que había gente robando celulares. Mi motivación era mucho más egoísta: intentar darme cuenta de quién podía haber robado el mío para recuperarlo. Damián comenzó a increpar a uno que seguramente era inocente, pero él lo encaraba muy convencido y yo lo seguí en medio de la confusión. Un amigo o compinche del individuo me decía , amenazadoramente, algo que sonaba como "¿Qué, so cobani vo?", y a partir de ahí ya no supe desde dónde me empezaron a caer las piñas y las patadas, y me retiré rápidamente del lugar. Fui a pedir hielo a la barra porque me dolía la nariz: en principio me negaron la entrada, pero me franquearon el paso, con cara de lástima, cuando les expliqué el motivo de mi visita.
En caso de perdernos, habíamos quedado con Damián en un punto X, pero antes habíamos quedado en un punto Y: yo, confundido, fui al punto Y en lugar de al punto X: nunca nos encontramos. El punto Y, en el cual me encontraba, estaba al lado de la zona VIP, hacia donde yo miraba pensando, con el hielo en mi nariz: "A los 31 años, ¿quién me manda? Yo soy un boludo... ahí tiene que estar uno, en el VIP, viendo el espectáculo tranquilamente...".
Vi seis o siete temas de la banda que quería ver, pero como estaba enojado y no lo disfrutaba, decidí irme a la mierda. En el camino se largó a llover torrencialmente, y justo se me cruza una combi cuyo conductor me preguntó si iba a Córdoba. "Sí, ¿cuánto?", pregunto. "Diez pesos", me responde. Subo adelante pues atrás ya no había más lugar. Me dispongo a pagar y me doy cuenta de que sólo me quedaban cuatro pesos en el bolsillo. "Me cagaron a trompadas, me robaron el celular y me dejaron sin guita, ¿no me llevás por cuatro?", le digo. "No puedo, es que a los de atrás les cobré diez. Si querés te dejo en la parada", me responde, haciendo referencia a la parada de buses regulares que ese día hacían turno ultra reforzado con motivo de tan concurrido festival, y que quedaba un par de cuadras más adelante. En ese momento aparecen, desde los asientos traseros, las manos de dos parroquianos que, sin decir palabra, me alcanzan sendos billetes que ni vi de cuánto eran, pasándoselos de inmediato al chofer. Si eran de dos, se sumó ocho, cantidad que el hombre juzgó suficientemente digna como para llevarme. No se pronunció palabra por el camino, y agradecí mucho al bajarme a los que colaboraron. Pensé que el colmo de la mala leche ese día hubiera sido que al Pity se le ocurriera cantar el cover de su amigo Andrés Calamaro Sin documentos, ya que el apoyador manoteó, además de celular y guita, mi DNI.
Mi amiga Laura me dijo, días después: "Eso te pasa por ir a ver al sucio del Pity Álvarez; esa es la gente que lleva". Mi mamá me dijo, rebautizando al cantante: "Con razón, si vas a ver al Kinky ése. Ya estuve leyendo en La Nación que fue un desastre". "Sí, ¿cómo vas a ir a ver al Kinky? Vos y el otro grandote pelotudo, faltó que los culearan, nomás", agregó Carlos, adscribiendo al rebautismo. Mi amigo Bati me dijo que le habían comentado que la técnica del apoyamiento era muy empleada por los cacos recitaleros. A mi primo Facundo también le robaron el celular en un recital, terreno propicio para este tipo de hurtos: así que ya saben, no celulares en recitales.
Había pensado en titular esta entrada "Esto sí que es Argentina", parafraseando la letra de una gran banda de los 80, Sumo (en referencia tanto al robo como al pago del pasaje a un individuo desconocido que ni siquiera lo pidió). Pero me hizo más gracia el juego de palabras: quien se pregunte qué quiero decir con esto, que averigüe qué quiere decir kinki en España, ya que en La Posta hablamos tanto de las diferencias y similitudes entre España y Argentina...
Y yo que tanto me quejaba de la falta de pasión que creía ver en la juventud española cada vez que iba a ver un recital...
(Hablando de robos, la foto que ilustra esta entrada está tomada de La Nación y fue sacada por Irma Montiel: robo y aviso, ya que las fotografías que pudieron haber sido sacadas con mi celular no las pude hacer yo).