sábado, julio 26, 2008

Nadie más grande

Foto: FT
En el ideal entorno del patio de butacas del madrileño Conde Duque tuve la fortuna de ver por primera vez en concierto a Pablo Milanés, un coloso cuya grandeza sólo puede entenderse escuchándolo. Así que me abstengo de consideraciones, por ahora, y vamos a contar el hecho.
El hombre sale, vestido de negro, y posa su voluminoso cuerpo en una silla ancha, grande, y prácticamente no se mueve, como un buda ante su cohorte de seguidores.
El concierto empieza con Vengo naciendo, y en seguida demuestra que su voz inconfundible, partida y suave, está más partida que nunca y tan suave como siempre: mejor que nunca. La noche prometía. Tras presentar a su tecladista y saxofonista, Germán Velasco, siguió con Días de gloria, canción de añoranza, de tristeza, de desamor, en un escenario intimista. La tristeza sigue en la tercer canción, En saco roto, para la cual el iluminador decoró el fondo del escenario con unas luces que simulaban el tejido de una bolsa (saco) rústica. Pese a la desgarradora letra de esta canción, empiezan los primeros ritmos caribeños a poner ritmo a la cosa.
Sigue con Nostalgias ("Para mi amiga Alba", dedica), donde agarra por primera vez la guitarra. Después suena la conmovedora melodía de Si ella me faltara alguna vez, el primer tema en el que imponen su base rítimica el bajo de Luis Ángel Sánchez y la batería de Osmani, también, Sánchez. En este tema aparece por primera vez el melodioso saxo de Germán Velasco para cerrar una balada impecable que me hace sentir la primera piel de gallina de la noche.
El siguiente tema se queda enganchado a la fuerza del anterior, aunque esta vez empiezan a sonar los timbales también: la musicalización del poema Canción de "Nicolás Guillén, nuestro gran poeta nacional", rebautizado por Milanés De qué callada manera, en el que hace la primera dejadita al público con su mano para que acompañen su canto. Un tema pulenta.
Ya metidos de lleno en una atmósfera más alegre, la banda sigue con Soñando, una canción que "pretende reflejar los pensamos (queremos) todos los ciudadanos del mundo que sea nuestro planeta", una canción con ritmo y momentos de cerecita musical que provocan mi segunda piel de gallina de la noche.
De allí pasa a otra canción optimista y hasta campestre (en la onda de Como esperando abril del otro más celebre nuevotrovero cubano, Silvio Rodríguez), Matinal, que, muy atinadamente, empieza Velasco con la flauta traversa. Después toca Diario de Mauricio, de la banda sonora de la película Páginas del diario de Mauricio. Milanés presenta al protagonista como alguien que nunca votaba afirmativamente en las reuniones del PCC (al momento de mencionar al partido se oyeron algunos aplausos y vítores) y que "terminó frustrado, nada más con el orgullo y la dignidad de haber sido como ha deseado ser". Lo que no es todo, pero casi. En medio de la canción presenta a Miguel Nuñez, pianista y director musical del grupo, antes de terminar la canción con un sostenido "Iiiiiuuuuu" en el que hace un alarde de esa salud vocal que la hace inconfundible. Si Diario de Mauricio habla, según Milanés, de un frustrado digno, puede ser tomado como la bisagra que da paso, de nuevo, al pesimismo de La libertad. Solo piano y él. Una canción durísima, para pegarse un tiro, por la letra y la música, de su disco Regalo, el más crítico con la revolución que ha hecho hasta el momento. Sigue con una canción de letra dura pero más cotidiana, Dos preguntas de un día, de música más alegre, del mismo disco, en el que toca temas de actualidad, como la inmigración o las restricciones a la libertad de movimientos de sus ciudadanos impuestas por el régimen cubano.
Después, el percusionista Eugenio Arango arremete con ritmos africanos con sus timbales y empieza a cantar cosas de santería en alguna lengua africana, probablemente congo, iniciando un virtuoso diálogo musical con Dagoberto González, el violinista-tecladista-corista, que se convierte en una base de jazz que sirve como introducción a Identidad, "dedicada a la juventud cubana, a esa estoica juventud cubana". En ese "estoica" se deja caer la posición más crítica que Milanés adoptó con el paso de los años, ya que antes, en su lugar, decía "fantástica".
Después toca Mírame bien, tema triste en el que otra vez se hace presente la flauta traversa, y que sigue con La soledad, gran ejemplo de esa marca registrada de Milanés que son los temas de letras desgarradoras que, de todos modos, gustan y llenan de gozo, no de pesimismo.
Y ya que estaban en ese registro tan particular, Milanés deja caer el primer gran himno de letra triste pero con música inspiradora: Años. A partir de aquí es muy difícil intentar hacerse el, más o menos, objetivo. Antes de esta canción estuvo la banda un rato haciendo una introducción bastante sinfónica, que Milanés esperaba de una manera muy concentrada, como si estuviera metiéndose de lleno en lo que iba a cantar. Después de cantar esta canción de manera muy sentida, se tomó un buen trago del vaso de cerveza que tenía a su lado y que hasta el momento no había tocado, como para reponer fuerzas después de semejante entrega de sentimiento. Todo resultó muy conmovedor.
Y ya que estaba en la estela de los clásicos, llegó el turno de Yolanda en una versión acústica en la que después del primer "te amo", hizo un gesto al público para que responda "te amo", y en la cual agarró la guitarra en medio de la canción.
Para que no decaiga el frenesí emocional (civilizado, entendámonos) en el que iba entrando el público, el artista sacudió al respetable con El breve espacio en que no estás. La piel de gallina ya era permanente, la gente miraba extasiada y casi todo el mundo estaba visiblemente emocionado. Y ahí, antes de que termine la canción, se piró.
La gente, sabedora de que faltaban los bises, hizo el juego, sin embargo, y lo convocó muy alegremente, todavía presa de la emoción en la que este hombre y su banda la habían sumido. El patio de butacas se puso en pie casi en su totalidad dando palmadas para que volviera, llamándome poderosamente la atención que todo el mundo estuviera tan, a la vez, emocionado y sonriente como estaba yo.
Foto: FT
Y Pablo Milanés volvió a darse un baño de multitud breve, junto a sus músicos, saludando antes de ponerse de nuevo manos a la obra con las que serían sus últimas dos canciones. La primera, Para vivir, una canción de desesperanza, que quizás haya sido aquella con las que más se movió en su silla, como si el público lo hubiera contagiado de su entusiasmo.
Antes de poner punto final a la velada presentó a sus técnicos, y la batería y el bajo enmarcaron musicalmente los momentos previos a la canción más pedida de la noche. Estos instrumentos pararon para dar lugar al paroxismo total de las sensaciones musicales con Yo no te pido, tan pedida que en los momentos iniciales del concierto tuvo que pedir que no la pidieran tanto, que ya la iba a tocar, pero que le dejen tocar las otras canciones. Una versión jazzera y con un ritmo muy marcado, como de marcha, para esta canción infinita que es tan grande que es capaz de brillar más allá de cualquier estilo o matiz que quieran darle.
Y antes de que la banda terminara de tocar, saludó y se fue. Pasó por Madrid con más años y sin la fabulosa melena que lo caracterizó en años anteriores, pero musicalmente parece estar mejor que nunca. Tiene la ventaja de no necesitar corretear por el escenario para dar un concierto.
Faltaron Yo pisaré las calles nuevamente (ese tema dedicado a Chile hecho por un cubano y que me hace sentir tan chileno como si nunca hubiera conocido otro país), No ha sido fácil y La vida no vale nada . Pero fue tan bueno que ni siquiera las extrañé. No importa. He visto uno de los mejores conciertos de mi vida, de un número uno, de un insuperable que se mostró así, enorme, sin piedad con el tiempo y los años.