martes, julio 20, 2010

Reflexiones desordenadas tras la borrachera futbolera


Los amigos de la excelente revista Cronopio me han invitado a escribir una colaboración para su 12ª edición. La publicación en esa revista esta aquí. Si quieren hacer un comentario, mejor hacerlo en la entrada de Cronopio. De todos modos, en esta entrada también les pego el texto completo (en la edición original que mantiene una redacción levemente más "argentina"), por si quieren leer acá mismo.


"El fútbol es de todos", leo en una pintada por 'JP Evita'1, que me lleva a pensar en ciertas noticias del año pasado, cuando el gobierno argentino abolió la concesión del fútbol de primera división que tenía la empresa Torneos y Competencias (TyC), que ostentaba así los derechos en exclusividad del fútbol. (Se había llegado a una situación tan ridícula como la de que los canales no pudieran pasar hasta después del domingo por la noche ninguna imagen de los partidos de fútbol de ese fin de semana, ni siquiera de los partidos jugados el viernes o el sábado, porque TyC no las cedía hasta que las hubiera emitido en el programa de ese horario, un clásico de la televisión argentina llamado Fútbol de Primera). 


A cualquier aficionado al fútbol, el hecho de que las emisiones de este deporte pasaran a ser propiedad de la televisión pública y, por lo tanto, fueran parte de la programación libre y abierta, le debería hacer saltar de alegría y un sentimiento de justicia debería hacerle henchir de orgullo. 


Sin embargo, yo mismo, muy aficionado al fútbol, me sorprendí sintiendo algo más parecido al enfado que a la alegría, al sentir que el gobierno estaba dedicando tiempo y dinero a una cuestión absolutamente superficial y que carece absolutamente de importancia al lado de la gran cantidad de problemas serios, profundos y de extrema gravedad a los que tendría que hacer frente el gobierno: educación y salud deficientes o criminalidad, por citar un par de ellos. 


Me sorprendí a mí mismo pensando que, en definitiva, no me parece tan mal que quien quiera ver fútbol pague por ello, puesto que no se trata de una necesidad, sino de un placer: de algo que no le aporta demasiado a la sociedad, salvo a los que forman parte de esta industria. 


Se me podrá rebatir que el fútbol es una industria más del país, que además es muy poderosa y de mucho calado en la sociedad, y que entonces no está mal que el gobierno dé ayudas a los diferentes sectores de actividad económica de un país. Sin restarle razón a este argumento, no dejaré de sentir que hay en la Argentina asuntos mucho más importantes de los que ocuparse antes de pensar en dar ayudas al fútbol, o de invertir decenas de millones de dólares en hacer posible que el fútbol llegue de manera gratuita a todos los hogares que tengan televisión. Creo que esas decenas de millones de dólares podrían ser más útiles si se dota de más recursos a escuelas y hospitales, y que destinar esas sumas al pago de los derechos de la televisación del fútbol es una obscenidad. 


Lo malo no está en pagar por el fútbol, lo malo está en pagar por el fútbol cuando hay tantos asuntos desatendidos relacionados con el cumplimiento de los derechos humanos: que cada chico o chica tenga una alimentación completa y saludable, que reciba una educación de primer nivel para poder salir a competir con sus semejantes en condiciones de igualdad cuando le toque ganarse la vida, que pueda dedicarse a jugar y a estudiar y no tenga que salir a trabajar, que no le falte la salud de manera evitable a todos y cada uno de los habitantes de nuestro país. Y estamos muy lejos como país de poder dar cumplimiento a eso como para ocuparnos de que el fútbol sea gratis.

"¡Pero si todo eso sucedió hace varios meses ya ¿Por qué salís con esto ahora?!", podrán decirme muchos, en un país con un nivel de crispación y de división de opiniones en la sociedad que lleva a que muchas veces, criticar cualquier aspecto relacionado con la actuación de nuestros representantes, cualquiera sea su bandería política, es tomado como un ataque  directo al modelo de sociedad que se promueve, sea desde el campo que se llama a sí mismo progresista como desde el que se llama a sí mismo liberal: en el actual estado de cosas, ni unos son una cosa ni los otros son la otra. 



Y se me ocurrió escribir sobre esto porque vi esa pintada mientras estaba pasando un mes en Argentina, donde hace ya varios años que no vivo, pero que sigue siendo mi país (más aún siendo la emigración, como es, una parte constitutiva de la argentinidad). Y porque estaba ni más ni menos que en el mes del Mundial.


Tuve una discusión en una mítica pizzería de la calle Corrientes con un fotógrafo que sostenía que el fútbol era en Argentina una institución social y que, como tal, un gobierno debía hacerse cargo de que el pueblo pudiera acceder a ella. No niego la importancia del fútbol como manifestación deportiva que incluso es generadora de cultura (literatura, canciones, ritos, lenguaje), como importante actividad económica, ni como puente de unión entre sociedades muy diferentes entre sí que pueden, a través del hecho de compartir su pasión por este deporte, generar entre sí lazos de empatía. Pero vuelvo a repetir lo mismo, como un disco rayado: "¿No hay otras cosas más importantes de las que ocuparse antes?".


Como decía, todas estas reflexiones desordenadas se me vinieron a la cabeza en un mes que pasé en Argentina, en junio de 2010, mes de Mundial de fútbol en Sudáfrica. No recordaba, después de haber vivido casi diez años y dos mundiales en Europa, con cuánta intensidad se vive este evento deportivo en el país más austral del mundo. Al salir de España rumbo a la Argentina me alegraba alejarme de una presencia mediática del fútbol que consideraba excesiva: creo que en realidad lo que me alegraba era alejarme de la presencia mediática de la selección española y cambiarla por la selección argentina. 


La cantidad de horas de radio y televisión, y de hojas de periódicos dedicadas al Mundial en Argentina me pareció aún más excesiva que en España, y aunque no puedo ni quiero sustraerme a la fascinación que el Mundial ejerce sobre las personas, sí me choca más que esto se dé en un país que se ocupa tan poco de la salud y la educación de calidad públicas y de acceso universal.


Los problemas sociales a los que se enfrenta la sociedad argentina son tan serios que frivolizan y dejan en ridículo a cualquier tipo de información deportiva que pueda comunicarse; pero precisamente por esto parece que fueran más importantes para una sociedad que necesita creer más que nunca en ella misma. Y ver que gente como vos, con la que en tanto compatriotas compartís muchísimas cosas, pueden ser los mejores del mundo en su especialidad -mucho más si esa especialidad se nutre de la pasión de la competición deportiva en defensa de los colores patrios-, hace que cada uno de nosotros deseemos que ellos, nuestros alter egos, ganen el Mundial a los otros. 


Aunque ellos hayan llegado a ser millonarios y a sus veintipico años ya no tengan que preocuparse de ganarse el pan y tengan el futuro de sus hijos y nietos asegurados. Los que están en Argentina se sienten identificados con ellos, y los que emigramos porque priorizamos una serie de oportunidades que -erróneamente o no- creímos que Europa podría brindarnos nos sentimos identificados con un Lionel Messi que dejó la Argentina no sólo para poder hacer una carrera en el fútbol, sino porque en Barcelona le iban a costear un tratamiento de salud relacionado con su crecimiento que en su club de Rosario, Newell's Old Boys, le negaron: sin el éxito de ese costoso tratamiento no hubiera llegado a ser el mejor jugador del mundo.


Y estos sentimientos no son privativos de países en vías de desarrollo. También en España el triunfo de su selección en el Mundial ha servido para que los españoles puedan volver a confiar en su potencial en medio de una severa crisis económica que ha llevado ya al país a una tasa de desempleo del 20 por ciento, unos cuatro millones de trabajadores desempleados. 


Algunas estimaciones han llegado a calcular que el campeonato mundial logrado por la selección española podría llegar a elevar el crecimiento de su producto interior bruto (PIB) en un 0,7 por ciento, debido a una mejor imagen de la marca España en el mundo, a la llegada de más turistas, o simplemente a un mejoramiento del ánimo y la confianza en sí misma de la gente que podría llegar a fomentar el consumo y la productividad de los españoles. Si este grupo de muchachos españoles fueron capaces de conquistar el mundo con trabajo, talento, tesón y humildad (porque de todo eso han hecho gala los jugadores de esta selección), ¿por qué todos y cada uno de nosotros no seremos capaces, con un poco de suerte, de cumplir nuestros sueños?


¿Será la improvisación y la apelación a la suerte, a los golpes de fortuna o de inspiración fortuita y al talento desordenado -la verdad sea dicha: el talento por sí solo nunca triunfa si no es ayudado por algo de disciplina: el equipo de México '86 con el que Argentina conquistó la Copa del Mundo era un conjunto cuya disciplina dio soporte al colosal talento de Diego Armando Maradona-  de la que hizo gala nuestro director técnico la responsable de una eliminación tan temprana? ¿Será el carismático e irresponsable Maradona el más patente reflejo de lo que somos como país? No son pocos los que sostienen esta idea. Nada está perdido, entonces: todo es cuestión de que encontremos un poco de disciplina.


1 Juventud Peronista Evita.