viernes, marzo 31, 2006

Otra buena web denunciadora y activa

Seguimos con nuestra humilde cruzada a favor de las organizaciones defensoras de los animales y/o el medio ambiente. Esta vez le toca el turno a la Fundación Altarriba, una organización catalana que tiene un portal muy interesante, lleno de interactividades y descargas. Tiene videos de barbaridades que hacen algunos con los animales, a modo de denuncia, advirtiendo con un iconito en alguno de ellos de que el contenido puede herir sensibilidades. Yo ni los vi, pero si alguien necesita verlos para concientizarse más, que los vea. Y si alguno los ve por morbo, que se honesto y avise así preparamos una bombita para ir a metérsela en el culo y accionar el detonador.
Este portal, al igual que el de la Red Yaguareté, tiene un perfil principalmente activo y participativo: no se limita a declamar (como este blog), sino que ofrece animales en adopción, ponen anuncios de pérdidas, etc. Échenle un vistazo.

miércoles, marzo 22, 2006

La constatación de un fracaso

El último posteo que hice en este blog, del 10 de marzo de 2006, era la primera parte de un cuento llamado "El Gordo de las papas fritas" que, tras cortarse rotundamente en medio de una frase, rezaba: "Nota del autor: (Si no recibo por lo menos 20 [sí, veinte] pedidos de personas diferentes, con sus respectivos e-mails identificatorios, para seguir el cuento -que ya está terminado-, no publico lo que falta. Hace un par de días que dejé este mensaje y no recibí aún ningún comentario. No tengo esperanza de llegar a juntar los veinte, pero como soy hombre de palabra, si no los consigo, no publicaré el resto del cuento).".

Como se dice literalmente en la nota, modificada un par de días después de su primera publicación, no había recibido por entonces ningún comentario ni ninguna exhortación a proseguirlo. Ayer recibí el primer comentario, exigiendo más posteos, de mi amigo y fiel visitante de "La Posta de la Vida", Luciano Menardo. "Luciano dijo... Quermos más posteos...", decía el mensaje, a secas. Ni siquiera había exigido que publique la continuación del cuento.
Ante tal constatación de fracaso, he decidido retirar de mi blog la propuesta, el fragmento de cuento y la posibilidad virtual de la continuación del mismo por este medio.
Asimismo, y para que no todo sean pálidas, informo a los lectores que una serie de mejoras técnicas en mis medios de publicación de este blog me posibilitarán consecuentemente mejorarlo en el futuro. Será entonces cuando comience a darle más publicidad: cuando los resultados sean más acordes a las expectativas...
Mientras tanto, no dejes de volver en busca de nuevos textos.
Gracias.

sábado, marzo 04, 2006

Menardo, El que no se Cae

Pero contra todo pronóstico, Menardo nunca se cayó de la Zanellita, una posibilidad que tenía en vilo, razonablemente, a medio Villa María.
Eran los tiempos convulsos de nuestra adolescencia, cuando cada vez que nuestros padres nos decían "Tengo que hablar con vos, me han dicho una cosa", nosotros pensábamos que se nos venía la tumbada, que nos iban a decir que nos drogábamos (que era una tumbada aunque no nos drogáramos, porque además estábamos, y estamos, moralmente más del lado de los drogadictos que de los botones, naturalmente).
Menardo no se cayó nunca de la Zanellita, y era difícil en tiempos en los cuales para todos, el caernos de la moto formaba parte intrínseca del folclore de la aventura de vivir en Villa María por aquellos tiempos convulsos de la adolescencia, donde además de manejar de manera imprudente, a bordo de la motocicleta solíamos dedicarnos más a mirar a las transeúnte que a ciudar de nuestra conducción, de por sí bastante carente de aptitudes (salvo en el caso de Menardo, que posee condiciones sobrenaturales para andar en moto, quién sabe si ahora estaría sacando fotos si se hubiera dedicado a la competición sobre dos ruedas mecanizadas: aunque seguro que sí, pero sacando a los culos de las promotoras de las escuderías). Básicamente, nadie dudaba de que había que caerse de la moto: los que teníamos, lo que no tenían y se caían por partida doble (manejando moto prestada o yendo de acompañantes), y Menardo. Sin embargo, él no se cayó nunca.
Más de diez años después, Menardo ya no tiene su Zanellita (motitos de la época cuya corta vida útil hace muy improbable encontrar ejemplares de esa época repartiéndonos nostalgias de cuando eramos jóvenes y despreocupados en las calles de la Villa). Ahora tiene una mucho más distinguida Vespa, pero sigue andando igual de fuerte, como cuando tenía 17 años y se iba a comer el mundo a fuerza de manducarse fotocopias de apuntes contieniendo las reflexiones de los más altos altos pensadores disponibles por ese entonces. Hoy ninguno de nosotros se come el mundo, pero no me cabe la menor duda que Menardo es uno de los más felices de todos nosotros. Pichón de periodista reconvertido en fotógrafo de la vida previa intensa sobredosis vital en las calles de Buenos Aires, una sobredosis de combustible que estoy seguro tiene mucho que ver con su felicidad actual.
En seis meses en Buenos Aires, culminada nuestra etapa universitaria (uno la culminó de una manera y el otro de otra) vi apenas un par de veces a Menardo. Cada uno estaba en su historia, él despégandose de una y yo también. Él viviendo una nueva y yo en medio de la transición hacia otra (y sabemos que toda época que merezca ser definida lo más dignamente posible como transición, y es pretendo que lo sea, también debe tener ingredientes convulsos y espacios de oscuridad que a veces ni los propios implicados sabríamos desentrañar).
Hoy los dos estamos en oootra etapa, diferente a aquella de Villa María, a la universitaria de Córdoba (que en esa época era una fiesta con pocos obstáculos y que parecía no tener fin) y a esa de Buenos Aires. La mía la conozco de sobra, o no. La de Menardo, seguro que no. ¿Te interesa conocerla, lector, con pelos y señales? No será eso posible, claro que no. Pero algo conocerás. Mantenete acá, fiel a mis avances, y sabrás más cosas de la apasionante vida de Menardo.