martes, octubre 28, 2008

Yocasta y Liliana

La lucha contra el sida y la creciente concienciación de los dominicanos sobre la peligrosidad de practicar sexo sin protección ha logrado bajar el índice de infecciones por VIH en el país a menos del 1% de la población. Esta cifra, sin embargo, crece en los bateyes a un porcentaje fluctuante entre el 5 y el 7 por ciento.
Por eso no debería sorprender que en un momento de mi trabajo en el que estaba fotografiando escuelas apareciera ante mí, de repente, esta imagen:
En seguida llegó una camioneta, que no me quedó claro si paró ofreciéndose a llevar a los integrantes del cortejo o venía especialmente a buscar el féretro y su cortejo.
"Murió la chica que tenía sida", le dijo Belkis a Esteban. Ellos son dos trabajadores de Visión Mundial que acababan de acompañarme en mi recorrido por los bateyes de la zona.
"No llegamos a tiempo. Se lo detectamos hace sólo unos días, cuando vino a hacerse la prueba", agregó.
Yocasta Rafaela Castro era dominicana y tenía 30 años. Dejó una sola hija, Liliana, de 11 años. Liliana tiene tres hermanas más por parte de su padre, Raúl Peña, con quien Yocasta vivía en el batey Los Blocks. Suponían que él le contagió el virus, aunque no está confirmado porque Raúl no se había hecho el análisis hasta ese momento.
Quizás no fuera el mejor momento para fotografiar el bellísimo rostro, lleno de dolor, de Liliana, mientras iba a darle el último adiós a su madre, a un pueblo cercano de donde ella era oriunda, Uvilla. Pero qué más da. Lo único importante es seguir trabajando, como lo hacen Belkis y Esteban, para que cada vez haya menos pérdidas como la de Yocasta, irremediable pero evitable, y menos dolores como el de Liliana. Ella sabrá labrarse el mejor futuro posible dentro de sus circunstancias: no me es posible pensar otra cosa.

lunes, octubre 13, 2008

Gelatina de uva

Foto: FT
(Esta es la primera de una serie de entradas que haré con pinceladas de episodios vividos en República Dominicana, a donde he viajado para hacer una serie de reportajes de texto y fotos).
En la fotografía aparece una mujer curando a un burro. Yo pensaba que el animal había sido víctima del clásico embichamiento (moscas que ponen huevos en pequeñas heridas y los gusanos que nacen de ellos horadan la carne de la pobre bestezuela, pudiendo provocar una infección que derive en su muerte si no es tratado a tiempo. El embichamiento se cura fácilmente si no se llega a tal extremo, por medio de un aerosol. Si el agujero dejado por los bichos es muy grande o profundo, puede necesitar una cirugía reparadora).
Pero no. No podrán decirme: "¿Y vo? ¿Tanto viaje pa'ver un burro embichao?".
Mis compañeros de viaje me informan de que ese burro es utilizado para transportar el carbón, que los habitantes más pobres de los bateyes dominicanos utilizan para cocinar. Así que el estado de la espalda del burro se debía a un abuso de su capacidad como animal de carga.
Por cierto, ese mismo carbón que lastima la espalda del burro es el que, quemado para cocinar en viviendas unihabitacionales, provoca que los pulmones de sus habitantes, en su mayoría niños, respiren dióxido de carbono en cantidades excesivas. Al menos no lo utilizan en la noche para calentarse, al tratarse de un país tropical, como sí sucede en otros países.
El sufrimiento del burro quizás sea poca cosa comparada con otras consecuencias de la utilización de carbón por falta de infraestructuras y medios que les permitan tener gas. Por ejemplo, la tala indebida de árboles en zonas forestales, especialmente en el oeste del país.
Pero a mí me impresionó que el animal tenía esa parte de la espalda, la que le estaban curando, como una gelatina de uva.