miércoles, febrero 04, 2015

Galatea, vertiginosa y emocionante


¿Cómo se puede escribir ciencia ficción después de Orwell, Huxley, Philip K. Dick, Asimov, Lem, etc.?

¿Cómo puede una periodista española joven especializada en animalismo, madre de dos hijos, escribir un libro de ciencia ficción en nueve meses, en sus ratos libres (o, como ella misma cuenta, mediante el método bolañista de escribir con su hija en su regazo, o algo así)?

Bueno, poder, se puede, y Melisa lo hizo. ¿Y qué tal le salió?

Al comienzo del libro, la autora te introduce en este mundo particular que se inventó, un mundo futurista casi completamente programado, de una manera muy eficiente. Hace una presentación antes de que comience la acción.

Más allá de la agilidad de su prosa, el fresco que pinta la autora de un mundo poco espontáneo y la antipatía que genera, por su carencia de humanidad, la protagonista principal, me generaron un cierto desasosiego.

Aunque no me dejó indiferente: había algo que me decía que Galatea podía ser una gran novela.

La protagonista es una chica gestada mediante selección genética y elegida para unirse a una colonia humana en un planeta inhóspito, al que llegarían después de un viaje de doce años. Pero la cosa se tuerce debido a que su módulo (el robot asignado a su asistencia) comienza a tomar decisiones autónomas y fastidia el plan de la Comandancia (que aquí no les explicaré cuál es). La protagonista, a quien el robot obedece (él sólo tiene libertad para decidir sus acciones cuando ella no lo manda -o al menos eso parece-), toma las riendas de la situación.

Más allá del rechazo que ha generado en mí la protagonista (no se dice su nombre en toda la novela), quizás muy (pero muy) en el fondo, nos identifiquemos con ella. Y eso nos molesta.

En ese sentido, la autora mete el dedo en la llaga de nuestra propia humanidad: superficialmente, nos identificamos con los humanos que habitaban Galatea, un planeta al cual ella llega de una manera un tanto particular, y donde no es bien recibida: ella responde de manera impiadosa.

Eso nos lleva a plantearnos algunas cuestiones. ¿En el fondo, estando en su mismo lugar, haríamos lo mismo? ¿No somos vengativos, acomodaticios, crueles (más precisamente, insensibles al dolor ajeno que no sea de nuestros seres queridos), ombliguistas, inescrupulosamente ambiciosos? ¿No buscamos incesantemente justificaciones mentirosas para nuestros actos más cobardes, no disfrazamos nuestra pusilanimidad permanentemente? (Eso hace el personaje para justificar algunos actos terribles que comete).

En el capítulo 9, por ejemplo, hay una escena en la que se hace mención a las cosas que piensa la protagonista mientras hace ejercicio: esa persona que poco antes había sido calificada de «monstruo» y que en el mismo capítulo anterior había admitido haber perdido la cuenta de cuántos humanos había hecho matar (¡y que le daba igual!), al final es un ser humano con las mismas preocupaciones pequeñas que cualquier otro. Piensa lo mismo que todos pensamos cuando salimos a correr (los que salimos a correr): nimiedades. ¿Todos podemos ser monstruos?

La complejidad de este personaje y sus circunstancias es una de las grandezas de esta novela. Otra es la humanidad de otros personajes que irán apareciendo.

Galatea cumple varias de las máximas que exigimos a una novela: no te deja indiferente, es profunda a la vez que divertida y ágil (el ritmo es, perdón por el lugar común, trepidante: en pocas páginas pasan siempre un montón de cosas, sin que se aprecien por ello lagunas), habla de la vida y de la muerte.

Es ciencia ficción clásica. Están los proletarios de Orwell, los robots de Asimov, el planeta inhóspito y arenoso de la saga Dune, las naves-ciudad de Star Trek. Pero Galatea es original, porque la historia se lee como una historia nueva. Porque lo es.

La novela dura lo que tiene que durar, 400 y pico de páginas que se leen como si fueran 150.

Me atrapó y logró algo que agradezco enormemente a los autores cuando me hacen ese regalo: me emocionó, me hizo reír de tan buena que es. Eso es algo que me pasa más bien poco: no es risa provocada por el humor, es una risa de placer porque algo que te ha conmovido profundamente.

Es una sensación que, cuando me pasa, me digo que, si fuera escritor, querría lograr eso en mis lectores. Y juro que sólo con eso me daría por satisfecho.