sábado, abril 15, 2006

La posibilidad del retiro en el Parque del Retiro

Ayer, 13 de abril de 2006, fuimos a eso de las tres de la tarde al Parque del Retiro a tirarnos un rato al césped, al sol, con unos mates, unas manzanitas y unos yogurcitos.

Las exposiciones al sol, especialmente si son rodeadas de verde, reconfortan mi alma y me cargan las pilas para seguir adelante en la dura tarea de vivir. Oh, dura tarea cotidiana.

Pero retiro es cualquier cosa menos lo que uno encuentra en el Parque del Retiro un Jueves Santo.

Vamos a ser justos: lleno de gente como estaba, sigue siendo un retiro de la jungla de cemento que es Madrid, de la jungla de aire viciado que es el metro, de la jungla de ruidos de vehículos y artefactos electrónicos que se encuentra en cualquier parte de la ciudad, de la jungla de olores de restos de combustibles (fósiles para los coches y orgánicos para los humanos), de todas esas consecuencias infectantes del crecimiento económico, de la masificación, de la tecnificación de las ciudades.

El problema es que tal retiro también lo es para una gran cantidad de gente que busca lo mismo que uno: un retiro. Entonces si bien no deja de serlo, uno lo tiene que compartir con otros: guiris, familias de toda procedencia con niños de toda edad y motivaciones lúdicas, inmigrantes de diferentes países de Sudamérica (como uno) y el Este europeo, negros que venden el elemento esencial para la fabricación artesanal del cigarrillo de la risa, patinadores que se deslizan vertiginosamente por los caminos asfaltados del parque (y más vertiginosamente por lo no asfaltados), gente que se aventura en la verdes y opacas aguas del enorme estanque vigilado por férreos leones desde afuera y por amenazadores y enormes peces-gusano mutantes de genética sólo hallable en esta particular super pileta, y los siempre presentes tambores o lo que sea que castigan esa legión de individuos aficionados a la percusión que, de la misma manera en que lo hacía la murga de Córdoba, me rompía bastante las pelotas.

De todos modos, es relajante para mí ir a echarme al sol al Retiro, aunque la última frase del anterior párrafo no lo parezca. Es relajante por el sol y por el césped, principalmente, pero también por la gran cantidad de gente que va allí va a relajarse, también. Me explico: no es como en el día a día, en el Metro o en el Cercanías, cuando la gente va quemada, con cara de encule, con ganas de matar al jefe que va a ver en poco tiempo, otro día más. No. Al Retiro la gente a va exactamente a lo contrario que eso. Así que si le hablás a alguien en el Retiro, una tarde de feriado, tenés muchas posibilidades de que la persona te conteste con amabilidad. Lo contrario a si le hablás a alguien en el Metro, un día laboral. Por más esfuerzos que haga Gallardón por hacer del Metro un lugar más agradable (según dice), si la gente no colabora, seguiremos igual. (Por cierto, este año parece que, después de muchos años, hicieron pasar la Maratón de Madrid por el Parque del Retiro. Esta era una costumbre que se había dejado de lado por razones de cuidado de ese espacio natural, pero con tanta obra antinatural, Gallardón se quedó sin un lugar clave para que pase la maratón, y lo volvió a meter en el parque, con gran indignación del colectivo medioambental madrileño).

En fin, que ahí estaba yo, echado, disfrutando de no hacer un carajo, porque me había llevado un libro (Sexamor, de Filloy, de los que no podés llevar sin un diccionario al lado como todos los de Filloy, creo –digo creo porque son más de cincuenta, a lo mejor a alguno sí lo podés leer sin diccionario, qué se yo-), y no me daban ni cinco de ganas de leerlo (ni al libro ni al diccionario). En realidad sí me daban ganas de leerlo, pero también fiaca. Y todos sabemos que cuando la fiaca aparece, y no hay obligaciones perentorias que nos impidan obedecerla, siempre triunfa. Pero de repente… una visión: pasto verde rodeado de pequeñas flores blancas y amarillas, como pequeñas margaritas, como las que hay en los campos y quintas de la Argentina, que servían de marco al termo y el mate que yo estaba tomando. A retratar esa imagen, que hay un concurso de Correos de España que se llama Un rincón de mi país en España. La mandé, con palabritas lindas… “me hizo sentir que en cualquier sitio podemos estar en casa: porque ese césped, esas flores, ese mate y ese termo eran una instantánea idéntica a la de cualquier campo o quinta argentina. Un momento de mi país que se apareció por el Parque del Retiro un Jueves Santo para que lo pudiéramos atrapar con una camarita”. Suena cursi escrito en este blog, en el cual hacemos una (frustrada) campaña contra lo cursi (?), pero no está tan errada la idea. No ganaré el premio grande, pero con un regalito me conformo.

lunes, abril 10, 2006

Menardo y las fuerzas de la naturaleza (I)

A Menardo, como les contaba, nada lo hacía caer. Todos lo veían como un loco, y tenían razón. O quizás, no. Porque Menardo sabía que era un elegido en lo referente a ser una verdadero superdotado del pilotaje, llevando a la conducción zanellística a cotas que Don Zanella jamás pensó que un ciclomotor de 50 cc. sin retocar en ninguno de los tan mentados talleres motociclísticos villamarienses pudiera siquiera soñar en alcanzar.

Pero una vez, Menardo conoció suelo. Fueron fuerzas de la naturaleza las que lograron la proeza…

Fue como si le dijeran: "Sos humano".

¿Deberemos a esa experiencia, no demasiado traumática, la realidad de que Menardo sea, años después, una persona sana y que no se haya adentrado en esos terrenos cenagosos en los cuales el ser humano tiende a estirar demasiado los límites de su tolerancia, sin detenerse a pensar en que tales límites no son barreras rígidas que si no se las franquea de una vez permanecen tal cual están, sino que se trata de fronteras laxas que si sufren embates excesivos se resienten y permiten el ingreso del daño a la humanidad cuya protección era su misión?

(to be continued…)