
La frase, recogida por Xavier Navaza en su libro El último amante de Marilyn, pertenece a Luis Soto, periodista y eminente emigrante gallego en México, que conoció a Marilyn Monroe cuando la estrella pasó un par de semanas en el país, cinco meses antes del trágico desenlace. Se conocen muchos detalles de lo sucedido la noche del 5 de agosto de 1962, cuando la actriz fue encontrada muerta en su casa del distrito residencial de Brentwood, en California. Sólo que muchos son contradictorios.
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