viernes, diciembre 28, 2007

La Navidad de Olya


Madrid puede ser alienante, como toda gran ciudad, pero es apasionante si se va con los sentidos alerta, ofreciéndote imágenes humanas como ésta: una rubia bien vestida ofreciendo La Farola a la entrada de una tienda en una de las zonas más comerciales de Madrid en plena época de frenesí consumista de fin de año.

En mis más de seis años en Madrid no recuerdo haber visto nunca una mujer ofreciendo la revista. Y menos a una rubia como Olya.

Los viandantes, en su ímpetu comprador, recorren alienados las calles Goya, Alcalá y Conde de Peñalver: durante los momentos en que me detuve a observarla, sorprendido de que una chica de su aspecto estuviera ofreciendo en la calle la conocida como la “revista de los indigentes” o el “periódico homeless”, nadie pareció compartir mi extrañeza.

Olya me dijo en un perfecto inglés, pues el español aún no lo domina bien, que acaba de llegar de Rusia, y que espera conseguir pronto un trabajo normal, pero que “hay que empezar por algo”.

Me mira a los ojos con firmeza: no noto en ella el más mínimo atisbo de vergüenza ni fastidio. La vida hay que tomarla como viene y hacer con ella lo que se quiera y pueda, y así vamos avanzando: tirando.

Me dice que algo saca, que le alcanza para sus gastos. Me pregunto si su aspecto la ayudará un poco. Probablemente: Olya es rubia, guapa, viste a la manera occidental; es una de nosotros y debemos ayudarla. Su situación es accidental. La de los negros, en cambio, no: ellos están acostumbrados a ser pobres. Es ley de la vida, piensa Occidente.

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