
Venían de una tarde playera, como se ve. El padre señalaba la pintura y le decía a su mujer: "Mirá qué lindos que van a quedar".
Este boom inmobiliario en Argentina se produce por varios motivos.
Uno es la desconfianza de los ciudadanos en las entidades financieras después de que éstas, en connivencia con el gobierno y las grandes empresas nacionales y transnacionales que operaban en el país en 2001, se quedaran con ingentes sumas de dinero de personas mediante una serie de medidas económicas que llevaron a que una gran proporción de la población argentina perdiera sus ahorros. Muchos quedaron en la ruina. Algunos murieron por no poder sacar el dinero para costear una intervención quirúrguica que les hubiera salvado la vida. Así, los que se quedaron con algo o los que ganaron dinero después de 2001, comenzaron a invertir en ladrillo, una inversión más confiable y, sobre todo, palpable.
La devaluación de la moneda argentina llevó a que tanto aquellos que aún tenían ahorros en dólares como muchos argentinos que viven en el extranjero -e incluso extranjeros a secas-, buscaran terrenos, departamentos o propiedades para comprar en el país.
La subida en los precios mundiales de cereales, en especial de la soja, llevaron a que los productores agrícolas ganen grandes sumas de dinero que fueron destinadas a la construcción. Y las empresas constructoras y las inmobiliarias aprovechan el filón.
De esta manera, la industria de la construcción se convierte en un motor más de la reactivación de la economía argentina, como en su momento lo fue de España.
En tanto generadora de empleo y motor económico, la industria de la construcción me parece muy bien. E indudablemente me parece mucho mejor que se invierta dinero en propiedades antes de que en las ruletas financieras y en la especulación bursátil.
Esperemos que la norma de la nueva ola de construcciones sea el respeto a la legalidad y al sentido común, y que los atropellos al paisaje, al medio ambiente y al mercado, sean la excepción. O sea, al revés de lo que sucedió en España.
¿Hay más motivos para ser optimistas al respecto que los que hay para ser pesimista?